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LA VOZ DE LA SALUD / Cuando la tristeza deriva en patología cardíaca: así es el síndrome del corazón roto /



Sus síntomas son parecidos a los de un infarto y, aunque su incidencia es mucho menor, curiosamente es más frecuente en mujeres después de la menopausia: «No se sabe muy bien el porqué»

El corazón y las emociones tienen una relación consolidada en la literatura y en el lenguaje popular. «Me has roto el corazón» es una frase típica a la que suele recurrir tras un daño emocional o incluso una ruptura. Pero la frase, más allá de su sentido figurado, también está respaldada por la evidencia científica. El síndrome del corazón roto es una condición médica que existe, donde el estrés emocional externo puede afectar temporalmente a la función cardíaca. «También se llama Takotsubo porque recuerda a la forma de una vasija de barro que utilizan los japoneses para cazar pulpos. Estos se introducen dentro y luego no son capaces de salir. Una forma con punta abombada que también se da en el corazón cuando se hace una angiografía», avanza Luis Rodríguez Pardial, presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC).

Con todo, no es necesario llegar a un diagnóstico para reconocer cómo se nos «encoge el corazón» ante una mala noticia o que «se acelera» cuando vemos a alguien que nos gusta. Existe una relación clara e importante entre nuestro bienestar emocional y la salud de nuestro corazón. 

La estrecha relación entre las emociones y el corazón 

«El cerebro no es un órgano ajeno al resto», afirma Francisco Vaz Leal, vocal del comité ejecutivo de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Sepsm). «Los seres humanos contamos con una serie de sistemas que nos sirven para hacer frente a situaciones de peligro y estrés. Los compartimos con muchos animales y los hemos ido desarrollando a lo largo de nuestra historia como especie, para acomodarnos a a las situaciones de peligro a las que nos tenemos que enfrentar. No solo hablamos de emociones consideradas como "negativas", también de las "positivas". Se activan una serie de mecanismos de adaptación que tienen que ver con el sistema nervioso autónomo, con el eje simpático medular, que desencadenan respuestas que, si se mantienen a lo largo del tiempo, pueden provocar daños en nuestro organismo», añade el experto. 

Los sentimientos no son solo estados de ánimo, también generan cambios fisiológicos. «Las emociones "negativas" activan hormonas como la adrenalina y el cortisol. A largo plazo, la ansiedad o la ira crónicas pueden acelerar el pulso, elevar la presión arterial y favorecer la inflamación crónica y el estrés oxidativo, que a su vez dañan las arterias y el corazón. Además, la tristeza prolongada y la depresión también impacta negativamente en la recuperación tras un infarto», explica la cardióloga Magdalena Perelló. Sentirlas es natural e inevitable, pero sí se debe aprender a gestionarlas. 

Asimismo, las emociones «positivas» también impactan: «La alegría tiene un efecto protector. La risa, la carcajada, libera endorfinas, las llamadas "hormonas de la felicidad", así como oxitocina. Relaja las arterias y reduce la presión arterial. Cuidar la mente y el corazón es indivisible porque somos un todo». 

«Lo que sucede es que la felicidad es una experiencia transitoria, mientras que la desventura que se sufre con una pérdida, por ejemplo, suele ser más duradera. Por eso, de entrada, las emociones "negativas" pueden acabar provocando más problemas de salud que las "positivas". Pero hay mecanismos comunes. Cuando estamos contentos, hay una parte de los cambios que se producen en nuestro organismo que pueden ser similares a los que se activan cuando estamos tristes. El problema es la intensidad y la duración de las emociones», añade el psiquiatra. 

Así, la variabilidad de la frecuencia cardíaca (VFC) refleja la capacidad que tiene nuestro cuerpo para adaptarse a diferentes situaciones y puede llegar a ser un indicador de los niveles de estrés y bienestar. Además, las emociones pueden influir incrementándola o disminuyéndola, ya que el sistema nervioso autónomo que controla la frecuencia cardíaca también se encarga de regular las respuestas emocionales. 

Cuando la tristeza deriva en síntomas de infarto: así es el síndrome del corazón roto

La conexión entre el corazón y el estado emocional es tan fuerte que puede llegar a derivar en patología. Más concretamente, en el síndrome del corazón roto o de Takotsubo, que se caracteriza por una presentación similar a un infarto de miocardio. «Empezó a describirse en personas que se quedaban viudas o que, por un estrés vital importante, de pronto el corazón se queda paralizado», asegura el presidente de la Sociedad Española de Cardiología.

En las pruebas de imagen, «se veía como la punta del corazón se queda quieta totalmente, no bombea sangre, como en un infarto; mientras que las coronarias seguían normales». A día de hoy, «sigue sin conocerse muy bien cuál es la causa, aunque existen diferentes hipótesis». Sí se sabe que no es un problema de las coronarias y esa es la principal diferencia con el infarto de miocardio, donde existe afectación de estas. «Por lo que parece, una situación de estrés desencadena un aumento importante de catecolaminas, una hormona que prepara al organismo para la huida. Pueden producir un efecto tóxico sobre el miocardio y lo dejan como paralizado», explica Rodríguez. 

Por su parte, Perelló, describe que «ocurre tras un estrés emocional fuerte, como una pérdida, una ruptura o un susto; el corazón se debilita de forma temporal y sus cavidades cambian de forma, imitando un infarto». Así, el paciente suele consultar por dolor torácico, en el pecho, y dificultad para respirar. La buena noticia es que suele tener mejor pronóstico. «Aunque tiene un riesgo, si el paciente evoluciona bien, la mayoría se recuperan y cuando se va a casa, a la semana el corazón es prácticamente normal. Puede matarte si no se trata correctamente en los primeros momentos, pero suele ser reversible», sostiene Rodríguez. 

Esta última característica, según apunta Vaz, ha repercutido en que el síndrome «fuese considerado como algo benigno que no tenía trascendencia, pero realmente, sí la tiene: en muchos casos lleva a la muerte o es inicio de una disfunción cardíaca grave». Además, el psiquiatra remarca que, si bien se suele relacionar con eventos emocionales negativos, como situaciones de pérdida o fracasos, «también está descrito cómo situaciones que inicialmente serían positivas por su intensidad, producen una serie de cambios que también resultan negativos». 

La incidencia de este síndrome es mucho menor que la del infarto. «De los pacientes que ingresan con un síndrome coronario, que el Takotsubo podría llegar a serlo —comenta el cardiólogo—, diría que de un 1 a un 3 % se corresponderían con este diagnóstico». Existe un perfil que Rodríguez destaca: «Es más frecuente en las mujeres después de la menopausia, no se sabe muy bien el porqué. Pero en ese grupo de población la incidencia es mayor y puede llegar al 10 % incluso». 

Entre los retos a la hora de abordarlo, los profesionales remarcan que no se conoce exactamente cuál es su mecanismo. «Tampoco hay un tratamiento claro que se haya demostrado que sea eficaz. Ahora mismo el que se hace es de soporte: si el corazón no se contrae, ayudarle a que lo haga», confiesa Rodríguez. 

Estrés, ansiedad y depresión, en la base

El estrés psicológico constituye un riesgo importante de enfermedad cardiovascular. Así lo han demostrado varios estudios llevados a cabo en los últimos años, como este publicado en la revista Nature. Pero el problema va más allá de esta respuesta física y emocional a situaciones desafiantes. Según se indica en esa investigación, el estrés crónico en el trabajo y en la vida privada se asocia con un aumento del 40 al 50 % en la incidencia de enfermedades coronarias en estudios observacionales prospectivos. Con todo, el foco no debería de ponerse solo en él. «No todos los pacientes que han sufrido el síndrome de Takotsubo han tenido problemas con el estrés. La ansiedad y la depresión también se correlacionan con un aumento en la aparición de cuadros de anginas, infartos, arritmias e incluso la muerte por causas cardiovascular», puntualiza Vaz. 

Estos dos trastornos de la salud mental están a la orden del día en sus consultas de Psiquiatría: «El síndrome de Takatsubo sería lo más espectacular, pero muchos de los factores que están en su base serían aplicables a otras cardiopatías y el paciente cardiológico siempre debería incluir la consideración de sus circunstancias personales, de los problemas emocionales y de salud mental que pueda llegar a tener». Además, se ha evidenciado que tras un infarto, la depresión se asocia con un peor pronóstico, menos cumplimiento del tratamiento y una recuperación menos favorable. 

«Hay una frase que me gusta mucho en relación a la medicina occidental —reflexiona el psiquiatra—: Somos muy buenos a la hora de tratar enfermedades, pero no somos tan buenos tratando a pacientes y, a veces, bastante malos tratando a las personas. Porque no tomamos en consideración todos estos problemas que están en la base de muchos otros que estamos por resolver. La influencia de los problemas que afectan a la persona, está ahí, formando parte de su enfermedad y de su proceso». Esa es, según sus palabras, la base de la verdadera medicina. 

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